Inocencio III y Federico II

19/09/2024 8.681 Palabras

Introducción Gregorio VII. Miniatura. Canosa ha impresionado los espíritus. Ir a Canosa se ha hecho sinónimo de sumisión completa y vergonzosa. La iconografía nos proporciona la imagen de un emperador cuyos dientes castañetean de frío, mientras implora el perdón de Gregorio VII. La historia destaca en su curso grandes fórmulas y grandes escenas que se graban en la mente de los hombres. Orgullosos de su nuevo poder, los papas gustarán de las actitudes fuertes. Enrique II de Inglaterra tras el asesinato de Tomás Becket, el conde de Tolosa tras la derrota de la Cruzada contra los albigenses, conocerán el ardor vengativo de los castigos pontificios. Pero no olvidemos el espíritu del tiempo, impregnado de sentido cristiano: los fieles se imponían a menudo, por espíritu de penitencia, penas corporales, y las escenas de la flagelación de Cristo ennoblecían, sin duda, las penas de que fueron víctimas los grandes señores temporales. Así, pues, la penitencia impuesta a Enrique IV no le ridiculizaba en absoluto. Además, la absolución del papa, la abolición de la excomunión, le purificaba de todos sus pecados anteriores. Sigue siendo emperador de Alemania y, después de Canosa, se preocupa en Alemania por reforzar su autoridad. A las teorías teocráticas de Gregorio VII, escritores a sueldo de Enrique IV oponen la teoría cesaropapista del tiempo de Carlomagno y de Constantino, emperador de Bizancio. Según ellos, es el emperador el que ha sido encargado por Dios de dirigir la sociedad cristiana. En consecuencia, dos teorías se oponen: el cesaropapismo y la teocracia. Cada campo lucha a golpe de citas sacadas de los Evangelios o del Antiguo Testamento, o sacadas también de la historia. Pero, a igualdad de argumentos, lo único que importa es la relación de fuerzas. Enrique IV se afana por desacreditar al papa, bordeando así los peligros de la excomunión. Trata, incluso, de hacer comprender a los obispos que su poder temporal depende de él, del emperador, y que correrían el riesgo de perder sus sedes episcopales y los beneficios de ellas derivados, si el papa dispusiera de los poderes de investidura.

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